viernes, 21 de abril de 2017

Bares para turistas.... y autóctonos

Jueves de Semana Santa. 20:00 h. aproximadamente. Capricho de comer un bocata o una buena ración de jamón serrano. Llevaba toda la semana escuchando en la radio un anuncio de nuevo bar en la Parte Vieja donostiarra especializado en ibéricos de cuyo nombre no quiero acordarme. Allá vamos.

Donosti petado ya de visitantes a esas alturas de las vacaciones. Nos atienden con sonrisa y actitud superactiva para que pidamos. Sonrisa de oreja a oreja y el "kaixo" de protocolo turístico...
Pregunto:
- "¿Bocata de jamón?"
- "Los de la barra" (observo en un plato bollitos de pan tipo pintxo de lo más común, por no decir nada peor)
Pido la carta de pintxos. Mientras tanto, ante la sutil (e incómoda) situación de insistencia que percibo, también un par de bebidas.
Tan pronto suelta la mano del vaso la camarera nos recita el precio de ambas. De nuevo mirada sutil e insistente. Sí, quiere que paguemos ya. Nota: el bar todavía no estaba muy lleno, más bien el aforo era bastante cómodo.
Le digo que vamos a pedir un par de croquetas de la carta.
Corrientes sin más. Diría mediocres. Pagamos previamente para evitar la inquisición hostelera. No quiero recordar ni cuanto ni me importa. Estoy seguro que no lo valía.

BAR PARA TURISTAS
Este sería el prototipo que poco a poco se está infiltrando y conquistando la Parte Vieja. Decoración moderno-tradicional, artificiosa. Barra plagada un par de alturas de pintxos multicolor y minioriginalidad (no valoraré la calidad). Pantallas registradoras varias colgando del techo o a lo largo de la barra, para que los camareros/as uniformados y con sus pulseritas registren eficientemente los pintxos que supervisan estás incorporando al plato que previamente te han dado. Algunos llevan incluso pinganillo para la comunicación con cocina y que la cadena de suministro alimentario no demore un segundo. Servicio modo industrial. Es un Mc Donalds del pintxo. Un mercadillo de la banderilla. Un DisneyWorld de la "cocina" en miniatura. Sucursales más o menos similares que podrían estar ubicadas aquí en Donosti, en Madrid, en Barcelona o en Tokyo. Nada las distinguiría.

Salimos pitando. Nos vamos al bar de enfrente, La Cepa. La Viña también hubiera sido una buena elección. Nos comemos un digno bocata de jamón. Ahora ya sí el bar lleno. En el tranquilo tiempo que nos tomamos el bocata y un par de rondas de bebida, presencio un par de minidiscusiones del camarero con clientes. Él tenía razón, pero aguanta y cede. Pagamos cuando pedimos la cuenta. Sin prisa. Decimos lo que hemos consumido. Sutilmente él contrasta con lo que tiene apuntado y confirma. El tradicional y noble pacto donostiarra entre cliente y camarero. Si uno de los dos se hubiera equivocado no hay problema, se dice y se corrige, porque ambos sabemos que ha sido por error involuntario. La mala fe nos sobra a ambos.

BAR QUE TRABAJA CON TURISTAS... Y CON AUTÓCTONOS
Éste sería el típico bar donostiarra de pintxos y alterne. Aunque en días como éste se llene de foráneos con quienes también, por supuesto y deseando, trabaja. Su comida y sus pintxos son auténticamente tradicionales porque lleva años haciéndolos igual. Así como su decoración. Te guste más o menos.
No te darán un plato para pintxos al menos que se lo pidas y nunca te pedirán el dinero por adelantado. Si quieres irte sin pagar lo sabrán, porque como buenos profesionales controlan a su clientela, pero no se comportan descaradamente como vigilante en torre.

Con el aumento masivo de turismo que está experimentando la ciudad nos surgen miedos sobre la pérdida de identidad e incluso calidad de vida social para los donostiarras. Yo opino que puede aprovecharse la oportunidad planificando de manera sostenible este crecimiento. A mi en particular me gusta mucho el turismo y no me asusta tanto la creación de nuevos hoteles, por poner un ejemplo, como la proliferación de este tipo de bares y negocios impersonales, especie de franquicias de souvenirs genéricos, culinarios o de cualquier otro tipo. No termino de ver el beneficio que puede tener más haya del corto plazo. A fin de cuentas el atractivo para el turismo de un lugar es su personalidad, su carácter propio. Los principales embajadores y aliciente son las gentes que lo habitan a diario, el ambiente local. Yo no quiero ir a bares que terminan convirténdose en guetos para turistas. Intento no frecuentar este tipo de negocios, no al menos en la Parte Vieja donostiarra y no me gustaría verla convertida en un parque de atracciones seudoculinario y ajeno al propio espíritu de la ciudad.

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